MARIANA

 

-¡Mil seiscientos dieciséis!-, respondió rápidamente, no era la primera vez que le hacían una pregunta de este tipo y si bien ya la aburría un poco, no significaba esfuerzo suficiente como para justificar no contestar, sin embargo después de tres preguntas más, la situación cambiaría, al fin de cuentas no era un juguete ni una atracción de feria, así que tomó su maleta y salió.

La tarde era fría a pesar de que el sol brillaba como pocas veces; el viento hacía de las suyas y se notaba al ver los árboles bailar; el ruido de los autos a lo lejos era lo suficientemente alto para notar que era una hora pico, pero no tanto como para interrumpir las clases, aunque ella si logró interrumpir la suya; no obstante su maestro estaba fascinado...

-¡¿Realmente tienes 9 años, o es una cámara escondida? -Dijo en broma, algo que no le hizo gracia a Mariana, que estaba a punto de responder lo obvio y dejar de nuevo a su profesor hablando solo, algo que no le importaría hacer mil veces, pues no sentía ningún interés por hablar con él, sin embargo sonó el timbre del descanso, lo que evitó que respondiera la retórica pregunta e hizo que sus pies se movieran por sí solos hacia el balcón del tercer piso, desde donde se podía ver todo el patio de recreo.

Comenzaron a llenar el patio los chicos del primer piso: Quinto-A, Quinto-B, Cuarto-A y por último, después de casi 5 minutos, Sexto-D; este grupo siempre se demoraba en salir los martes y jueves, Mariana sabía que era porque la clase la dictaba el profesor Jacobo Luengas, quien solía distraerse en clases con ramificaciones de la temática principal y dejaba la explicación principal para el final. Era paradójicamente su momento favorito del día (no le gustaban las distracciones ni las clases) y de hecho su profesor favorito, pues intentaba responder las agudas preguntas que ella le hacía, casi tan detalladamente como ella quería escuchar. Así una vez entendió perfectamente el ciclo del agua y cómo nace en manantiales, lo que automáticamente le hizo preguntar por el comportamiento insostenible de los humanos (como si no fuera ella misma de la especie), lo cual desató una conversación de dos horas casi exclusivamente entre Jacobo y ella misma; no obstante, si bien ella sentía una evidente satisfacción al conocer más del mundo que la rodeaba, no todos sus compañeros pensaban lo mismo y palabras como "lambona", "sapa", "chismosa", entre otras no tardaban en llegar junto con bromas como cuando escondían su maleta o su lonchera, o la vez que amarraron los cordones de sus dos zapatos entre sí e hicieron que se tropezara cuando intentó levantarse de su pupitre al sonar la campana de cambio de clases.Mariana no entendía el porqué de las ofensas, pues la curiosidad  estaba implícita en su ser y suponía que en los demás también,  así que acumulaba rabia en sí misma, una ira profunda contra el mundo que la rodeaba, porque sentía que no era apto para ella. Por esto mismo evitaba en gran medida las relaciones sociales; leyó en algún momento la frase "el hombre es un ser social" y nunca pudo entenderla, sin embargo notaba patrones de conducta en su entorno, como el que los niños salieran en grupos al recreo o que ciertas personas hicieran caso a lo que otras dijeran, aunque no podía reproducir tales situaciones de manera natural porque no estaban implícitas en ella misma.Eso es lo que impedía que estuviera abajo con los demás niños;  prefería "clasificarlos". Contaba los grupos, sabía exactamente la disposición y el patrón de movimientos de las pequeñas pandillas, al igual que el orden y las rutinas de los docentes que vigilaban el recreo. Podía predecir con una sobresaliente precisión la dinámica del descanso y parecía que fueran sus pequeños juguetes coleccionables, aunque cuando estaban frente a ella prefería evitarlos; era una excelente espectadora pero pésima actriz.

Faltaban aún quince minutos para volver a clases y saboreaba cada segundo estando sola, simplemente contando y viendo la dinámica del patio. A veces ni comía porque se distraía con lo que veía, pero lo que siempre llevaba en su mente era la hora. Tenía un reloj biológico muy exacto, contaba los segundos y sabía exactamente cuánto tiempo faltaba para que terminara el recreo; a veces no acertaba por unos cuantos segundos, pero ese día ocurrió algo que la desconcertó. Faltaban quince minutos y trece segundos para el final teórico del descanso, cuando sonó el timbre. Todos sus compañeros se alistaban para volver a sus salones, pero el coordinador los atajó en una suerte de charla improvisada.

Se veía tristeza en sus ojos, aunque Mariana no lo veía; era algo peculiar, como una especie de ceguera emocional que solo otros notaban pero a lo que no prestaban atención. Derrepente, Marcos Suarez, -o Marquitos- como le decían de cariño todos en el colegio, empezó a pronunciar las palabras tan importantes que tenía para su audiencia.

-Queridos amiguitos y amiguitas de nuestra querida institución- Dijo tristemente mientras veía a todas las personas presentes -Notarán que hoy el descanso duró menos de lo habitual, y no es para menos, pues hoy es un día especial para todos nosotros; ya que hoy nos despedimos de una persona muy importante en nuestra institución-.

Para este entonces, Mariana estaba ya bastante alterada. Sentía cierta desesperación casi incontrolable, pues no le gustaba para nada el cambio; era feliz con sus 30 minutos de descanso y con la planta docente tal y como estaba. Incluso estaba satisfecha con sus compañeros por el simple hecho de que siempre eran los mismos; no toleraba el cambio muy bien.

-El profesor Luengas debe seguir su camino y por eso hoy abandona  nuestro país, continuará su investigación en la Universidad Católica de Chile y por eso debe viajar para terminar su tesis doctoral en comportamiento humano- dijo mientras Jacobo lo miraba desde atrás, tratando de ocultar su evidente incomodidad. -Así que hoy será la 

última vez que lo veremos en mucho tiempo, por lo tanto me gustaría regalarle un fuerte aplauso de despedida y la mayor de las bendiciones para que continúe su camino de éxito, esperando que vuelva muy pronto y nos acompañe en una futura etapa-

Mientras todos aplaudían, Mariana seguía escondida en el balcón del  tercer piso, casi en shock; su mundo había cambiado completamente en solo 125 segundos; había pasado de la casi intolerable obligación del colegio a algo completamente desconocido. El único aliciente para ir a clases a diario eran las conversaciones con Jacobo, pero al parecer eso acabaría pronto.

Jacobo no tardó en pasar al frente y tomar la palabra. Cuando no se trataba de asuntos académicos, no era muy diestro al hablar; dijo solo unas cuantas palabras, los estudiantes lo aplaudieron con desaire mientras Marquitos lo aplaudía con euforia. Buscó de reojo entre los estudiantes que allí estaban pero no la encontró, luego recordó la conversación en que hablaron de colecciones personales y miró al tercer piso... ¡NO ESTABA!

Subió rápidamente al tercer piso y busco en los corredores pero no la vio, continuo su búsqueda salón por salón, hasta que la vio en su pupitre, mirando a la frente, callada y con una lagrima en la cara; se veía realmente afectada.

-Hola- dijo tímidamente el profesor a su alumna, sin recibir respuesta.- ¿Te pasa algo?- Mariana lo miro con odio, aunque no era habitual ver emoción alguna en su rostro. -Extrañare las clases de ciencias-Dijo Mariana -Eso es todo-.

Realmente se veía perturbada, pero no dijo nada más. Jacobo le hablo de su investigación y de lo poco que faltaba, le dio una tarjeta con la dirección de su correo electrónico y se fue, no sin antes decirle que nunca le había gustado dar una clase hasta que la encontró a ella. No fue hasta cuando todos volvieron dl recreo que Mariana volvió.

Espero más de una semana para usar la tarjeta. Jacobo ya debería estar en Santiago. Llamo al número que había impreso en la tarjeta y respondió una voz masculina y seca diciendo: “asociación asperger Colombia, habla Jacobo. ¿Con quién tengo el gusto de hablar?”. Mariana colgó. ¡Era Jacobo! Le dio la tarjeta para contactarlo, ¿pero por qué a ella? y ¿Por qué no estaba en chile? Así que volvió a llamar, conversaron y él le confeso que si bien el plan original era terminar su especialización, eso podía esperar. Sufría de un síndrome llamado ASPERGER, le explico de que se trataba y Mariana se sintió identificada, conversaron un buen tiempo en el que le conto además que descubrió que ella encajaba en el diagnóstico y que hacia un tiempo estaba gestionando la fundación  de la organización que daba a conocer el síndrome de asperger. Por eso no le conto a nadie en el colegio, por eso le dio la tarjeta. No la había abandonado y ahora comenzó una amistad real.

 

Autora : ELIANA GAMBA